miércoles, 29 de marzo de 2023

¿Quién cuenta tu historia?

El cuento que publicamos a continuación es una producción literaria de uno de l@s concursantes, quién obtuvo la mejor calificación dentro del certamen literario: Pensar y Sentir Malvinas.
El mismo  fue abierto a:   Cadetes de 2do a 5to° año del L.A.M.
Responsables: Señores Instructores del L.A.M., Oficina de Género Rosario.
Profesoras: Lucía Camacho, Norma Floriani, Gilda Ríos, María Cristina Gamarra.
     
    Cuento:
¿Quién cuenta tu historia?
Un beso en la frente, uno en la mano y uno en el vientre fue lo último antes de partir rumbo a aquellas tierras en algún lugar escondidas en la niebla. Le había jurado regresar, claro. 
Lo único que cargaba consigo era un rosario, un anillo y esa promesa. Al enterarse del conflicto, ella le cedió su rosario rojo oscuro que guardaba debajo de la almohada. Pertenecía a su abuelo, su pasado de una familia devota desde la raíz. 


¿Qué hubiera pensado él si supiera que aquel niño que entraba con barro en los zapatos a la misa del domingo es el hombre que hoy es su esposo? Y en esa misma iglesia recibió su anillo de bodas, que no cumplía ni dos años pero aun así relucía como el primer día. Los enlazaba en una realidad perfecta, un presente único y bello, que se vio destruido por el llamado. Ahí entro en juego la promesa. Le dio su palabra, se lo juró por todo lo que en ese momento le importaba: el futuro del pequeño en camino. Tres besos y partió.

Si viajaron mucho o poco no valía la pena descifrar, porque cuando los muchachos pusieron sus pies en tierra firme solo sabían que estaban muy lejos del hogar. Miles de hombres unidos por el deseo de recuperar unas tierras desconocidas para muchos de ellos, lanzados a un combate que no comprendían. Miles de hombres que, cuando la noche llenaba las islas con niebla, relataban sus vidas, sus amores,  sus aventuras hechas y por hacer. Las noches hacían que, por momentos, aquellos chicos se olviden del motivo que los separaba de casa, por eso a todos los sorprendió la que sería la última visita del teniente primero:

-Muchos dejaron a sus viejas, a sus mujeres, algunos hasta a sus hijos, pero sepan que las están dejando por algo más grande que todos nosotros juntos. No planeo que lo entiendan ahora mismo, pero les va a servir para mañana o el día que salgan al frente. Déjenme decirles algo que cuando era joven como ustedes me hubiera gustado saber: hay decisiones que uno no controla, quien vive, quien muere, quien cuenta nuestra historia. La patria es lo único que les va a dar un futuro a los que aman, y si tengo que dar la vida por eso, ¡carajo, lo haría una y mil veces!

Algunos rieron, otros se estremecieron, pero cuando apagaron las luces no hubo nadie que no se sintiera invadido por el pánico. ¿Y si no volvía a ver a mi vieja? ¿Ese era el último café que iba a beber? ¿Quién regaría los malvones de mi patio? Finalmente el agotamiento venció, y el silencio continuaba en el alba mientras a cada uno le asignaban un casco, un fusil y una ración. Mientras caminaban en las brumas los muchachos convertidos en soldados se miraron a los ojos por última vez, pensando qué miradas  se volverían a cruzar y cuáles se quedarían en las neblinas para siempre. 

Se internaron silenciosamente en el velo blanco que oscilaba sobre el barro sin ver nada más allá de la punta de su fusil, pasos cortos, pie delante de pie, sin descanso. El viento gélido se internaba por cada parche de su uniforme, y los finos hilos de sudor que recorrían su espalda le erizaban toda la piel. Nadie recuerda si vino antes el grito o el fuego, pero el aura estática se transformó en desconcierto de un momento a otro, rompiendo las nieblas con gritos a puro pulmón y los soldados intentando adoptar lo poco que conocían acerca de posiciones de combate ante los gritos de los oficiales. 

El frío ya no se sentía, el corazón a punto de reventar era lo único que le llenaba en esos momentos la cabeza. El resto fue caos. Paralizado, giraba la cabeza con la nuca apoyada en el barro y abrazando su única garantía para sobrevivir.  Veía a sus camaradas vaciar cargadores a la izquierda, oía a sus camaradas gritar frases incomprensibles entre disparo y disparo, sentía a sus camaradas sufrir, cargándose entre ellos hasta un pequeño montículo que los resguardaba de la munición enemiga. Los escuchaba correr cerca de él, le animaban a que se levante y pelee, que ponga garra, pero en su mente, abstraída del desconcierto que lo circundaba, solo estaba la imagen de ella. ¿Qué pensaría si volvía con la cara llena de sangre, la nariz quemada o herido? ¿Qué pensaría si…?  No, le había prometido regresar por el pequeño. Se encontró llorando. El polvo se pegaba a su rostro. Sangre en su boca. La respiración cada vez más agitada. Cerró los ojos. Ya volvería a casa. 

Un grito conocido lo obligó a volver a la realidad. Le costó volver a abrir los ojos, fijados por el barro. Se dio media vuelta y encontró al teniente primero en su frente con una gran mancha roja entre las costillas, disparando con un brillo en los ojos que nunca antes le había visto. Mientras intentaba regresar a la situación y salir de su asombro, el teniente primero comenzó a avanzar hacia él, enloquecido y exclamando palabras incomprensibles. Cuando estaba casi encima del soldado, un disparo lo alcanzó en el brazo y cayó de rodillas. Alcanzaba a oír sus suspiros agonizantes. La niebla se espesaba, pero seguía viendo aquel lugar detrás del monte donde refugiaban a los heridos. 

Recordó las palabras de la noche anterior. ¿Quién vivía? No sabía cuánto tiempo le quedaba al teniente, pero debía atravesar el campo antes de que sea tarde. ¿Quién moría? Si ambos quedaban allí sería su culpa, ya muy pocos soldados quedaban en el campo. ¿Quién contaría esa historia? Pase lo que pase, su mujer y su hija estaban a salvo en su casa. Si iba a morir en ese momento, tenía que ser dando la vida por ellas. Por un futuro. Por una bandera, un águila guerrera. Por la Patria. Sí. Mientras se paraba, con un fusil en la mano y arrastrando al teniente en la otra. Gritando. Sí. Así se contaría su historia.

O al menos así se la contaron a mi mamá. El día antes que yo nazca llegó a casa el primer teniente, cargando un anillo embarrado, un rosario rojo sangre y una promesa cumplida. Sí, regresó a casa con mi nombre. Aurora. Dio la vida por un nombre, un legado que proteger y un futuro que se eleva alto en cielo. Así se contaría su historia y la de muchos héroes más.

Martina Boero
Cadete 5 año C
L.A.M.